Vuelto metal bruñido,
sin otro corazón
que el del deseo, olvido
tantos lustros sin don
para empezar de nuevo,
lejos de la alborada,
contra el desaire, sebo
que envejece, frotada
la ventana con él,
alto en la certidumbre
de que no habrá laurel
ni ortiga. Es la vislumbre
rancia de avizorar
ritmos al despertar.
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